
Cada 25 de noviembre un pequeño lugar de La Rioja vuelve a tener vida propia. Es Murillo de Calahorra, el barrio pedáneo de la capital riojabajeña. Un lugar en el que ya no vive nadie pero al que muchos calagurritanos guardan un sentido recuerdo. Un lugar que fue pero que ya no es. Un espacio que tuvo vida más allá de las granjas de animales que lo pueblan hoy.
José Luis Cinca, en su afán por dar a conocer más la historia de Calahorra, ha escrito un nuevo trabajo realizado para la próxima edición de Kalakorikos, basándose para ello en el catastro de la Ensenada; un documento que pretendía averiguar las riqueza y las rentas de los vecinos para recaudar así un impuesto único y que sirve hoy para saber como era la España de entonces.
El proceso en Murillo comenzó el 26 de julio de 1751. Lo que se desprende de la información recogida de él es que era una aldea de realengo, con ayuntamiento, término municipal propio y con una población de 119 habitantes vinculados a la tierra. Además Murillo contaba con parroquia, la de Santa María, y con dos ermitas: la de San Babiles y San Pedro. Por las declaraciones de los vecinos se sabe ahora el tipo de familias que predominaban en Murillo en esa fecha: matrimonios con hijos y con más familiares en la vivienda, además de criados que colaboraban en las tareas del hogar o del campo. Salvo un eclesiástico, el resto de los vecinos pertenecían al estado llano, sin individuos pertenecientes al estamento nobiliar.
En cuanto a la estructura socioprofesional de los 30 vecinos que declararon, 27 pertenecían al sector primario y 16 de estos últimos eran labradores, 9 jornaleros y dos pastores. Del sector secundario solo se documentó un vecino de profesión herrero y en el terciario se podría incluir a Manuel Ruiz (sacristán y maestro de letras, entre otras atribuciones), que vivía con su madre y su hermana; así como el cura José González, que vivía con su madre y con una prima. Murillo entonces contaba con dos barrios (Arrabal y San Juan).
El término disponía de tierras de regadío y secano y se utilizaba como medida de superficie la fanega, teniendo un total de 8.422 en todo el municipio (unas 1.765 hectáreas) con los límites puestos en el Ebro y Andosilla al norte, Calahorra al sur y al este y Sartaguda al Oeste. En las tierras de regadío estaban las viñas y los olivares y en las de secano las eras de trilla. También había frutales: higueras, morales, cerezos, nogales, guindos, pomares, parras…
Respecto a la ganadería, Murillo tenía una cabaña con 42 bueyes de labor, 13 vacas, 8 pollinos, 29 jumentales, 6 cerdos ‘de cuchillo’, 19 cerdos crías, 223 ovejas, 6 corderos, 6 yeguas, 44 carneros y 4 rocines con un total de 71 colmenas. Murillo no disponía de hospital pero en la casa del concejo había una habitación para atender a los necesitados gracias a la caridad de los vecinos.
Cada 25 de noviembre se celebra la festividad de Santa Catalina por las calles de Murillo, con la imagen que se conserva en la iglesia de los Santos Mártires de Calahorra. Murillo hoy es un barrio de Calahorra, sin población y con escasas edificaciones que son utilizadas por ganadores y agricultores, pero no siempre fue así. Un año más, los ‘hijos de Murillo’ volvieron a pasear por sus calles el día de Santa Catalina, como manda la tradición.