
//OPINION//
Soy profesor y sé que, a veces, hay que educar a los alumnos a pesar de sus padres. Lo deseable, lo que se pretende siempre, es educarlos junto con sus familias, de la mano, pero no siempre es posible. También soy padre y sé, por lo tanto, el enfado que me produce ver algunas actitudes, etiquetas y corporativismo que los profesores usan con nuestros hijos. Por no ir muy lejos, en estos momentos mi visión sobre el colegio de mi hijo se encuentra bastante devaluada, sintiéndome dolido y sin el respaldo adecuado. Sin embargo, soy consciente de que es mi sensación, que cada padre y madre se sentirá frustrado porque quiere lo mejor para su hijo y nada de lo que se haga coincidirá al 100% con lo que ellos harían. Nuestros hijos son nuestro universo, nuestro lei motiv, y por eso mismo carecemos de la objetividad suficiente para tomar la totalidad de las decisiones que les atañen.
El Sistema Educativo valora las necesidades para los alumnos. No lo hacen los padres, no lo hacen los profesores, no lo hacen los centros, no lo hace el estado, sino que cada uno aporta un poquito, conformando dicho Sistema Educativo. Los temarios y contenidos siempre han sido legislados por ley, lo mismo que el número de horas, y se da un pequeño margen para que las Comunidades Autónomas primero, los colegios después, los profesores en tercera instancia en sus clases y los padres y madres al final, a través de las diferentes asociaciones o en las reuniones y tutorías, aporten sus propuestas. El veto parental pretende eliminar todas las funciones previas, las que implican al Estado, a Comunidades Autónomas, a colegios y a profesores para dejar todo en manos de las familias. Supongo que decidimos dejar todo en las decisiones de las familias debido a la gran formación y experiencia que tienen en la materia, su ecuanimidad y visión global y porque representan a los intereses de toda la sociedad (modo irónico, que quizá alguno no lo entienda).
Ser padre es lo más importante y también lo más duro que hago en la vida, pero no tengo ninguna preparación previa; el niño nació y ahí estamos, intentándolo, sufriendo, dispuesto a matar y morir por él. Por otro lado, ser profesor es una de las cosas más bonitas y con más ganas que hago; muchos años de preparación, exámenes, formación continua, experiencia y superación de hitos concretos lo avalan. Me parece a mí que, en los temas educativos, deben dejarme opinar antes como Javier Profesor que como Javier Padre, así que no puedo compartir el modelo de veto Parental.
Como todo esto no está siendo otra cosa que basura política, se ha buscado sacar de contexto una única frase de la ministra para imponer la dictadura de un sector determinado de padres contrarios a la izquierda. La educación de nuestros hijos tendría que ir mucho más allá de esa basura política, debería ser transversal, debería mantener criterios de independencia política (tan importante la independencia educativa como la independencia judicial que se promulga últimamente). No es fácil decir esto cuando la derecha quiere eliminar a los principales agentes educativos de la ecuación y convertirlos en meras herramientas de su ideología (o de la de las famillias), y tampoco es fácil cuando la izquierda quiere eliminar la capacidad de elección de las familias suprmiendo los conciertos y dejando únicamente un modelo estatal y unificado ideológicamente de colegios. Ambos lados pretenden hacer política y no mejorar la educación, quieren clientes y mantener el poder a futuro, mientras los padres y madres continuamos sufriendo por nuestros hijos e hijas y nos vemos salpicados por sus falsas supuestas preocupaciones educativas.
Las charlas que se imparten en los colegios no son, ni de lejos, esas burradas ideológicas que se venden en los titulares de prensa. Lo sé como padre y lo sé como profesor. Ni se incentiva a los alumnos políticamente, ni se les promueve una sexualidad determinada ni se hace ninguna tropelía similar. Hay que ser muy inconsciente para no darse cuenta de que los profesores son como una segunda familia y que jamás dejarían que les hicieran nada malo a “sus niños”. Los colegios, por su parte, son entes con valores éticos previos, escritos y publicados en sus PEC, con acceso para todos los interesados, que pretenden continuar con su labor; nunca se la jugarían con algo así. Y las Comunidades Autónomas y el Estado poseen, además de políticos de turno, gran cantidad de funcionarios que son garantes de la legalidad y la equidad de las acciones que se realizan. Con tantas personas velando por mi hijo, me siento más tranquilo y puedo decir que el veto Parental no debe existir. Mientras nadie se cargue el sistema actual, con colegios públicos y colegios concertados, las familias ya tenemos nuestro pequeño margen de influencia y elección para la educación de nuestros hijos, suficiente para saber que podemos confiar en el colegio al que llevamos a nuestros hijos o, si no, cambiarlos al curso siguiente.
