• Domingo, 31 Octubre 2021

Queirón: Tesoros bajo el nombre del buen centauro griego

Tradición, paisaje, cultura… cuando sale el nombre de Rioja pocas veces se piensa en La Rioja más oriental, esa que durante años ha trabajado de forma incansable para que su hermana mayor se llevase los elogios del mundo del vino, como aquella que no se atreve a dar a conocer sus virtudes escondidas, ocultas, recónditas por miedo a no estar a la altura. Y así, de forma callada pero implacable, los años han ido pasando y La Rioja Oriental ha ido guardando durante décadas lugares mágicos en los que el vino es mucho más que taninos, premios, edificios imponentes o gurús que alaban el coupage, el bouquet… Porque haberlos, haylos y como en tierra de brujas todo es más de verdad, más arraigado al territorio, más mágico por desconocido, más ancestral.

Primer tesoro: la tierra

Allá donde el valle se convierte ya en monte, donde a finales de octubre aún se vendimia, donde la magia se hace presente en cada rincón, está ‘La Pasada’, en el límite en el que Yerga se convierte ya en zona de monjes y monasterios ocultos; donde las estrellas brillan un poquito más. En una encrucijada de caminos sobrevive un pequeño lugar que un día descubrió Gabriel Pérez, un hombre que hace que el alma que pone a los vinos se traduzca en los vinos con alma que propone Ontañón en un proyecto casi prodigioso llamado Queirón que como el buen centauro griego atesora inteligencia y sabiduría pero también prudencia y buen carácter.

Un viñedo que explica por sí mismo la filosofía de Queirón y donde sus pronunciadas pendientes facilitan la creación de corrientes de aire que favorecen la sanidad de la viña, la amplitud térmica diaria que en los meses de verano ofrece taninos aterciopelados y una equilibrada maduración de sus frutos. De tierra pobre, arenosa y con presencia de piedras y arcillas viejas pero firme, esencial, rodeada de bosques de pino y encinas centenarias.

La paciencia y el trabajo callado pero constante hacen que con los prodigiosos colores rojizos ya en las viñas llegue el momento de la vendimia y con sumo cuidado, como el que trata al mayor tesoro que posee, los temporeros vayan seleccionando los mejores racimos que se convertirán en los más imponentes vinos. Terruño de vistas inabarcables que permite divisar la vega de un fructífero Cidacos que va serpenteando por el valle: Arnedo, Quel, Autol, Calahorra, tierras navarras al horizonte…. y allí arriba donde las heladas son el límite natural entre el poder o no poder, ser o no ser, está el bien más preciado de Queirón: la tierra. Una tierra que en el inicio de los inicios estuvo sometida al mar como demuestran los estratos que pisamos y en la que siempre hubo viñas; una tierra que remonta al visitante a los días de vendimia de manta al suelo, porrón en mano y niños llevando de un lado al otro los cunachos con el fruto de todo el año; una tierra que habla de familia, de trabajo, de tradición.

Y en esa línea nace Queirón, como un homenaje de la familia Pérez Cuevas al vino de su pueblo, ambicioso pero sentimental, que como un susurro marca la línea de sus vinos: Queirón, Mi Lugar, Ensayos Capitales o El Arca. Vinos que son de Rioja Oriental y que recorren el mundo demostrando la labor de una familia por mantener, recuperar y afianzar un estilo de vida, una pasión por el vino, un culto por una tierra sencilla, enigmática, que marca a fuego a sus habitantes.

Segundo tesoro: la ubicación de la bodega

Por todo eso Quierón no podía salir de Quel y el barrio de bodegas de la localidad ha sido el emplazamiento elegido para albergar el segundo gran tesoro de Ontañon: una bodega que marida a la perfección con el territorio. Mi lugar, su lugar, como el gran poema de Bretón de los Herreros, que tan presente está en sus paredes. Porque todo es Rioja Baja allí. Lo es por la presencia sobrecogedora de la figura del escultor aldeano Miguel Ángel Sáinz, en cada sala, en cada rincón; lo es por las vistas a la peña que desafía a los astros y al castillo y a los olivos y al revoloteo de la parda abeja zumbando; lo es por la forma de seguir tratando la uva, utilizando las técnicas de los antepasados y con la gravedad como inspiración central.

La nueva bodega Queirón asienta sus pies en la zona de una antigua alcoholera de la familia con una arquitectura que se organiza en cuatro niveles, enterrándose literalmente paralela al espacio en el que desde hace siglos lo hacen las cuevas tradicionales en el cerro de La Corona, con sus toberas en la zona superior para aprovechar la tradicional fórmula queleña de recepción de la uva, en la que se fundamentan los pasos de la elaboración del vino en torno a la gravedad. Todo con extrema suavidad, con calma y con respeto protegiendo a las uvas, los mostos y los vinos para que la esencia llegue a las copas.

Porque como si de un lugar de culto se tratase, la bodegas esconde entre sus paredes de roca firme numerosos secretos, pasear por ella es ir sorprendiéndose a cada paso. Una sorpresa tras otra que llevan al tercer tesoro del proyecto Queirón: sus vinos.

Tercer tesoro: sus vinos

Cuatro vinos, cuatro sueños impulsan el trabajo de la familia Pérez Cuevas. Mi Lugar; una selección de pequeñas fincas de tempranillo y garnacha; una colección de alturas, exposiciones y suelos que recogen la esencia de la tradición y el alma histórica de los vinos de Quel. Las condiciones de clima y suelo son excepcionales. Todas las parcelas con bajos rendimientos, situadas en cotas superiores a los 600 metros sobre el nivel del mar, cultivadas en vaso y vendimiadas a mano. Mi Lugar emociona porque es como como un cuaderno de experiencias, un vino a través del que se recorre cada finca, cada terruño, la historia de la viticultura queleña.

Otro vino esencial en esta casa es el Queirón de Gabriel; un homenaje al padre, surge de La Pasada y representa la añada en la que comenzó a construir Queirón, 2011. Con finura que es pura Rioja y que cautiva porque envuelve; sedoso en extremo. Un vino que es la materialización de un sueño con la convicción de que los sueños están para cumplirse.

Y si Mi lugar y Queirón de Gabriel son el presente; El Arca es un viaje al pasado, a la viticultura más ancestral de Rioja. Austeridad, esencial, fragilidad; un vino extraordinario que nace de garnachas centenarias de un viñedo único y asombroso. Un viaje al Quel de otro mundo, de otro tiempo, de otras sensaciones y otras vidas.

Sólo queda, como si navegásemos en un barco entre los tiempos y los espacios la visión del futuro que está enmarcado por los Ensayos Capitales. Probar, descubrir, atesorar conocimiento son sus principales objetivos.

El nº 1 es un viaje a tumba abierta; un Graciano sin sulfitos, que sorprende porque rescata casi del olvido a una variedad emblemática en Rioja que siempre ha tenido un papel secundario pero que es puro rock and roll por su vivacidad y su poderío aromático. El primer viaje a la viticultura más innovadora.

El nº2 trae a nuestros paladares un tempranillo blanco con elaboración en tinaja de barro. Un perfecta consecuencia de un trabajo enológico en el que el enólogo de Queirón, Rubén Pérez Cuevas, ahonda en la largura de una variedad riojana descubierta apenas hace veinte años merced a una mutación genética natural del tempranillo tinto.

Pronto saldrá a la luz la tercera parte de estos ensayos: un vino asoleado. Una partitura musical para los sentidos que remonta su forma de ser y de hacer a la tradición más intrínseca del municipio: el vino, como la ciruela, hermanos en este lugar, se deja secar durante varios días, haciendo así que las esencias tengan más carácter que nunca en un vino que sorprende por su inusitado color y su delicioso sabor en paladar.

Cuatro vinos, cuatro almas de un mismo corazón, un proyecto digno de visitar, de conocer y de dejar que deslumbre a una tierra que quiere reivindicar su labor, su conocimiento de la tierra, su respecto por el entorno y la potenciación de la biodiversidad del ecosistema y que tiene el alma de una familia y de un pueblo.

 

 

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